5/1/11

Un lápiz por favor.

Tocaba permanentemente la guitarra. Ese permanentemente no superaba las 3 horas diarias, pero suena a adolescencia pura o los acordes que sonaban eso pretendían. Juventud adicta a una moda generacional, el tocar la guitarra.
Desde un segundo piso, en un barrio periférico de la ciudad, esos en donde la clase trabajadora se mezcla con los punteros, los narcos, los yonkies y otras normalidades de un suburbio periférico o lo que carajo signifique eso. Las tardes transcurrían eternas, pero el reloj corría rápidamente, aunque él no lo apreciara de esa manera.
Uno de sus problemas siempre fue con las chicas, las mujeres, las quería a todas, no discriminaba a ninguna y ellas lo miraban distante, alejadas de su vida, desde otra esquina para ser precisos. Sin embargo, eran amores superfluos, banales, como tienen que ser a esa edad. Estamos hablando de los 90, con todo lo que simboliza esa época.
Lo suyo siempre fue el rock. La vida con rock aunque de viejo el jazz, muy de vez en cuando, circulaba en la computadora.
Existe un momento en su vida que marcó algo, no un antes y un después, sólo algo. Una inflexión tal vez sea la palabra aunque desviación queda mucho mejor. Según palabras textuales, en una entrevista comentó lo siguiente:
Fue en un colectivo, no recuerdo la empresa, creo que era Ñandú, en Neuquén Capital. Eso pasó hace muchos años. Volvía de la escuela, una escuela Técnica a la que me mandaron, volvía escuchando música en un moderno walkman para la época, aún lo conservo. Sucedió un par de barrios antes de llegar al lugar donde vivía, a la parada en la que a diario me bajaba. El colectivo dobla por una esquina y veo, por primera vez observo detenidamente una hilera de monoblocks. Los vi, siempre pasaba por ahí, pero esa tarde-noche vi las cosas de una forma muy diferente. Observé cómo estábamos, y aún estamos, viviendo todos amontonados, en nuestras propias cárceles. Porque la imagen que vi fue una cárcel, vi los barrios como cárceles. Necesitaba expresarlo, llegué al departamento y fui directo a mi dormitorio, tomé un cuaderno y empecé a escribir. Desde ahí en adelante no paré, con diversos matices y con diversas intensidades empecé a escribir, fue un gran cambio, una nueva forma de mirar y expresar, al menos para lo que era mi vida en la adolescencia.
Sin embargo, no todos conocen su faceta como escritor, menos como músico y menos aún como artista callejero. Camina por las calles sin presunción alguna, camina acompañado de la nada misma. Podría tranquilamente confundirse con un panadero, carnicero, repartidor de viandas a domicilio, remisero o taxista, entre otras de las tantas profesiones u oficios con que podríamos confundir a cualquier por la calle. Es, como dirían los medios comerciales de comunicación, una persona normal, un individuo más de este sistema. Aunque no constantemente, lo podemos encontrar por las calles de una ciudad cualquiera, buscando entre las sobras algo para llevar a su casa o para compartir con algún amigo imaginario que por las noches….

Continuará…


Nota del E.: el autor de este blog siempre quiso poner continuará, aunque nunca lo haga.

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