27/10/10

Recuerdo las tardes de lujuria



Recuerdo las tardes de lujuria, las noches también, los amaneceres y las mañanas; no lo he olvidado. No he olvidado nada y mantengo viva la memoria de los excesos. Y todavía sostengo una copa de vino para brindar por lo que vendrá. Y mantengo una cerveza helada en la heladera para el ahora. Los deseos concretados, los aromas percibidos, las sustancias consumidas, probadas, olfateadas, aspiradas, inhaladas, la juventud eterna y la vejez experimentadas. Las palabras escupidas por todo lo que fue, lo que es, lo que será. Recorriendo cada centímetro de una calle, de una ruta, de un cuerpo desnudo. Como si fuera un cuerpo desnudo, como si cada centímetro de esa calle, esa ruta, me precipitaran a un orgasmo cualquiera, en el medio de la nada, en una barda, en el desierto, cerca del mar o en una montaña o en ese bosque en el que siempre que volvía me sentaba a cagar entre pinos, árboles gigantes, araucarias milenarias y no sé qué otro tipo de vegetación eterna. Pero las palabras son eso, nada más que una descripción de una sensación, deseo, experiencia. Me quedo con la experiencia. Y con el deseo. Y con la sensación. Y con eyacular todas las letras en estas y otras palabras imprecisas, difusas, vagas, crotas, callejeras, linyeras. Porque las palabras tienen que crotar o como carajo se diga o se escriba. De todos modos no voy ni van a leerme los catedráticos ni lingüistas. Reminiscencias de lugares lejanos en el tiempo…no tanto, pero queda bien decirlo así. Esto venía bien, pero se fue desmarañando un sinsentido absolutista. Retomando: reminiscencias de lujares lejanos hace un tiempo, paradojas pasadas, paralelismos distantes. Tomando: para que el futuro sea una reminiscente nostalgia de locuras y excesos (nuevamente), como ayer y hoy y mañana. En este momento escucho las voces de la lujuria, los gemidos del placer, las grabaciones que hacía con un grabador de periodista que nunca supe dónde quedaron aquellos cassettes con incoherentes pensamientos, y aún no sé porqué no terminé enredado en las redacciones de diarios de medio pelo, tal vez por eso mismo, quizá porque siempre amé la libertad o porque ella apareció en mi vida o la observé llorando en una pared…si todo hubiera sido distinto, sería más triste esta situación o menos alegre o más divertida que antes. O la misma mierda. Pero sin escribirla de esta asquerosa manera.

22/10/10

El menú del día


Otro día más. Luego de un viaje no tan agotador por la ruta nacional 26, hasta el empalme con la 64 y de ahí por la doscientos y pico de una provincial hasta un pueblo o ciudad donde las moscas se asoman por las ventanas para ver el menú del día. Aquel medio día el plato principal no era el optimismo diario al que trato de someterme, nada que ver, todo lo contrario. Era una mezcla de repugnancia ajena traducida en caras alargadas, en sonrisas grises, en miradas esquivas, en soledades compartidas, en autismos propios de posiciones lejanísimas.
-Pero lo que importa no es tanto el menú-dijo Sopen.
-Sólo pretendo tomar una cerveza bien fresca y no me interesan las palabras superfluas de filósofos baratos- arremetió en esa mañana soleada Hela.
-De todos modos la mierda atrae a las moscas en cualquier lugar. Si tan solo te detuvieras un poco a pensarlo. Esa cerveza no tendría el mismo sabor.
-La verdad que estoy cansada de estúpidos bufones que me quieran sólo coger o utilizarme por un tiempo. Y también estoy cansada de hacer eso yo misma, conmigo, con ustedes, con quien sea.
La tarde se acercaba, el sol se alejaba y la espuma del mar ya no se veía tan blanca como a las 12 a.m. La cerveza se transformó en vino tinto y los cigarrillos siguieron en los ceniceros, apagados, encendidos. Pero a la mesa se sumaba un cóctel de drogas un poco más fuerte que las de costumbre.
-Lo que a mí en verdad me interesa no es que las personas estén bien, es decir…no me importa tanto el bienestar que nos venden por la televisión, las publicidades en las calles o lo que sea, me refiero a que estaríamos mucho mejor, todos, si anduviéramos desnudos y despojados de todo tipo de materiales inservibles.
-No pensé que podías ser tan pelotudo, el hippismo murió hace tiempo y no me calienta para nada si andamos o no desnudos. Viajar, caminar, correr, ir a cualquier lado libremente, sin nada que te ate, sin responsabilidad alguna que te someta a cumplir un horario, a esperar a fin de mes para pagar puntualmente las boletas que llegan a tu casa  y toda esa mierda a la que nos acostumbramos.
-Bueno, pero vos sos muy extrema. Siempre te vas al carajo. Comentó Sopen mientras Hela se paraba y se dirigía a su habitación con un andar algo complicado por el efecto deseado de las drogas y el alcohol.
Sola, en su habitación, revolvió todos los cajones de un viejo mueble, tiró el colchón, siguió buscando por unos veinte minutos. No sabía bien qué era lo que buscaba, hasta que la vio tirada en un rincón, en un costado de una mesa de luz debajo de una remera rota y mugrienta se asomaba la culata. Tomó el arma, se dirigió hacia el living-comedor-cocina, apunto hacia la ventana y comenzó a disparar. Sopen la miraba un poco distraído. Finalmente Hela acabó.
-Sólo mataste una. Dijo Sopen mientras limpiaba los restos de vidrios sobre la sucia mesada.