Otro día más. Luego de un viaje no tan agotador por la ruta nacional 26, hasta el empalme con la 64 y de ahí por la doscientos y pico de una provincial hasta un pueblo o ciudad donde las moscas se asoman por las ventanas para ver el menú del día. Aquel medio día el plato principal no era el optimismo diario al que trato de someterme, nada que ver, todo lo contrario. Era una mezcla de repugnancia ajena traducida en caras alargadas, en sonrisas grises, en miradas esquivas, en soledades compartidas, en autismos propios de posiciones lejanísimas.
-Pero lo que importa no es tanto el menú-dijo Sopen.
-Sólo pretendo tomar una cerveza bien fresca y no me interesan las palabras superfluas de filósofos baratos- arremetió en esa mañana soleada Hela.
-De todos modos la mierda atrae a las moscas en cualquier lugar. Si tan solo te detuvieras un poco a pensarlo. Esa cerveza no tendría el mismo sabor.
-La verdad que estoy cansada de estúpidos bufones que me quieran sólo coger o utilizarme por un tiempo. Y también estoy cansada de hacer eso yo misma, conmigo, con ustedes, con quien sea.
La tarde se acercaba, el sol se alejaba y la espuma del mar ya no se veía tan blanca como a las 12 a.m. La cerveza se transformó en vino tinto y los cigarrillos siguieron en los ceniceros, apagados, encendidos. Pero a la mesa se sumaba un cóctel de drogas un poco más fuerte que las de costumbre.
-Lo que a mí en verdad me interesa no es que las personas estén bien, es decir…no me importa tanto el bienestar que nos venden por la televisión, las publicidades en las calles o lo que sea, me refiero a que estaríamos mucho mejor, todos, si anduviéramos desnudos y despojados de todo tipo de materiales inservibles.
-No pensé que podías ser tan pelotudo, el hippismo murió hace tiempo y no me calienta para nada si andamos o no desnudos. Viajar, caminar, correr, ir a cualquier lado libremente, sin nada que te ate, sin responsabilidad alguna que te someta a cumplir un horario, a esperar a fin de mes para pagar puntualmente las boletas que llegan a tu casa y toda esa mierda a la que nos acostumbramos.
-Bueno, pero vos sos muy extrema. Siempre te vas al carajo. Comentó Sopen mientras Hela se paraba y se dirigía a su habitación con un andar algo complicado por el efecto deseado de las drogas y el alcohol.
Sola, en su habitación, revolvió todos los cajones de un viejo mueble, tiró el colchón, siguió buscando por unos veinte minutos. No sabía bien qué era lo que buscaba, hasta que la vio tirada en un rincón, en un costado de una mesa de luz debajo de una remera rota y mugrienta se asomaba la culata. Tomó el arma, se dirigió hacia el living-comedor-cocina, apunto hacia la ventana y comenzó a disparar. Sopen la miraba un poco distraído. Finalmente Hela acabó.
-Sólo mataste una. Dijo Sopen mientras limpiaba los restos de vidrios sobre la sucia mesada.
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