3/12/10

En mi actual trabajo


Las horas pasan sin miedo al tiempo mismo
La noche transcurre eterna
La noche se escribe sola, distante,
Absolutamente clara y oscura
Al mismo tiempo que corre el compás
De las agujas del reloj que hace que las horas pasen
Sin temerle al tiempo
Por eso la noche transcurre eterna
Eso es lo que sé

Vivo con una obsesión sana. Ésta es que me roban la lapicera azul en el trabajo…
Argumento que ya llevo, al menos, un sueldo en lo que va del año gastado en lapiceras azules que desaparecen sin esclarecimiento alguno del escritorio en el que paso mirando las agujas del reloj. Malditas agujas que no le tienen miedo al tiempo que pasa sin respeto al sueño ajeno. Horas, segundos, minutos, eternos, fugaces.
Culpo inconscientemente a mis compañeros de labor. Pero ellos no son. Sé que oscuras y tenebrosas fuerzas roban las herramientas de trabajo al obrero, explotando de diversas formas al ser humano. Tal vez, por esos caminos de estas fuerzas tétricas que acechan al trabajador, quizás por esa senda, esté la respuesta al misterio superfluo de la falta de lapiceras azules que utilizo para rellenar casillas, formularios, planillas infinitas. Administración mecánica de tinta azul en hojas ajenas.
¡Esfuerzo burdo o absurdo que me lleva las horas, los minutos, los segundos y yo ahí! Mirando como el reloj se lleva mi vida encerrado, sentado, cansado, agobiado, aburrido, adormecido, casi atado, maniatado, amordazado, censurado, maltratado, injustificadamente, en una silla.
Y las horas siguen, y los minutos también continúan, y los segundos nunca se detienen y las asquerosas e inútiles lapiceras azules quieren que me vuelva completamente loco. Ellos también lo desean…
También, observo por la ventana, a través del cristal, del vidrio sucio, por detrás de la reja, de mi pequeña cárcel con horarios de entrada y salida diarias. Miro, más allá de la división que me separa de la calle. Vuelvo a mirar el reloj de 10 pesos, color verde extremadamente producido por el capital. No se cae, sigue fijo, idiotamente fijo y clavado en la pared. He tomado una decisión, pero alguien me toca el hombro y dice:
“ya es hora, nos vemos mañana”.

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