dónde...

Tomo mis raiban´s setentones y salgo a la calle a encontrarme con la vida. Recorro las arterias de la ciudad y me encuentro en el mismo lugar que ayer. Con las mismas melodías, los mismos rostros ajenos y las asquerosas acequias que entorpecen mis excesos con el alcohol y otras substancias. Las personas caminan distantes y me reflejo en las cenizas de un camino que no quedó marcado y que, además, no puedo ver.
Me acerco a un grupo de jóvenes y me recuerdo en aquellos momentos de juventud hippie revolucionaria de hace unos años y me doy cuenta de que no encajo en la verticalidad y que la vida debe pasar por otro lado como lo dice constantemente mi inconsciente.
Entonces, el mundo se presenta ante mí como algo incierto pero aburrido, casi predeterminado. Como que estamos ahí disfrutando de la normalidad monótona de cada segundo codiciando la conformidad, es decir, el placer eterno. Yo, prefiero esperar el desencanto y cuestionar cada paso que doy. La verdad es que odio a la vejez…nada tiene que ver con la sabiduría. Y me declaro un buscador de algo que no encuentro y que se dilata cuando sale el sol. Incapaz de promover la estabilidad me retraigo en pequeñas prácticas superfluas que me conforman.
Puedo escapar en cada convicción y estar “En el camino” junto a Kerouac y esperar ese almuerzo desnudo que suena muy Beat Nick y entregarme al destino buscando la codicia de la fortuna que nunca existió.