5/11/10

Asambleas presenciales. La cara que sí querías leer.

Sobre la educación pública actual y otras verduras.

La precarización laboral es tan dispersa, compleja y contundente que te lima la bocha o lo que carajo entendamos por te lima la bocha. Resulta que entre todos los trabajadores carroñeros, es decir, aquellos que estamos en condiciones laborales no estables y en cierto modo precarias, existe un reducto de buitres, chimangos y otro tipo de extrañezas rastreras en pos de buscar el alimento diario dentro del ámbito educativo y también en otros tantos sectores laborales. No vayan a levantar el grito las y los rastreros titulares o interinos (fucking inestables). Ni tampoco sindicalistas rompe huelgas, oficialistas, ni educadores freireanos de medio pelo. Ni siquiera alcen la voz los que no saben de qué estoy hablando. Mejor dicho alcen la voz los que no saben de qué estoy hablando porque esto va para ustedes, infieles lectores. Si alguien se inscribió en el Consejo Provincial de Educación de la Provincia (CPE) de Neuquén, luego de haber realizado ese paso un tanto burocrático, seguramente alguna vez en su vida habrá ido a una asamblea presencial para “agarrar” (como para que no se nos escape) algunas horas cátedras o algún cargo; también están los que han ido para ostentar un exuberante puntaje y dejar atrás las ilusiones de los que la vamos de “yo me la banco pero mi puntaje no”; o simplemente fueron a ver qué onda. Me estoy refiriendo específicamente al caso de Rama Media, es decir, nivel secundario de la educación pública. Aunque demos por sentado que en los otros niveles educativos debe suceder prácticamente lo mismo.
En fin, existe una escala jerárquicamente precisa: titulares, docentes, habilitantes, supletorios e idóneos. En ese orden podemos elegir las horas o cargos los que vamos a las asambleas. ¡Idóneos! ¡Ja! Hermosa palabra bastardeada y convertida en el último orejón del tarro, como diría tu abuela. Dentro de ese contexto suele existir cierta tensión, presión referida más que nada a los centésimos de puntos por los que nos pueden ganar (o no) un asqueroso (cariñosamente hablando) puesto laboral, una sensación de incertidumbre para los más nuevos y casi nada de confianza para los que somos un tanto más jóvenes, sin incluir a aquellos (que son dos o tres) de un listado de una materia que sale cada medio siglo. La subasta propiamente dicha es así, tiene la adrenalina de decir…de decir: “si! te gané! la concha de la lora!”. Como si la persona que nos tiene al lado hubiera sacado el quini 6 o algo por el estilo. Y eso es lo que nos falta: estilo. Pero eso es otro tema. Las reglas del juego son esas, a ellas que nos someten y nos sometemos aceptándolas. Si tenemos que comer, pagar el alquiler, vestirnos y esas cosas que nos pinta hacer a los que intentamos trabajar por dentro o fuera de este podrido sistema, como que no nos queda otra que vivir esos momentos exaltantes.
Mientras se nos escapa el tiempo y la vida habituando estos lugares, nos hacemos conocidos, vamos “conociendo caras”, intercambiando palabras con los asiduos paisanos de estos eventos. Y a veces escuchamos declaraciones como “pobre, a esa mujer es la cuarta vez que le gano las horas”. Entretanto, la vida sigue, por ahí, cerca de las calles, por los márgenes de nuestros ideales. Pateándola, revolviendo el tacho de basura tal vez, esperando las sobras que quedan cuando la mayoría de las personas se van a dormir. Tratando de movernos un poquito para darnos cuenta de la cadena que nos ata.  

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