Se me tiene que ocurrir algo, así, rápido, de manera espontánea. Sin estructuras prevalecientes ni dictaduras sociales.
Pero no, me encuentro sometido, y no lo digo sólo porque vi hace unos días de la servidumbre moderna, esto va más allá.
Mucho más allá. Tan lejos que las fronteras de la burguesía no sirven. Ni las nociones capitalistas de la cultura comprenden. Ni siquiera los pseudo comunistas que asumen el poder como revolucionario. Nada entienden. Incluso yo no lo entiendo por completo.
Pretendo correr, libremente...saltar...y volver a correr....libremente de nuevo, también bailar desnudos de nuevo, pero ayer no pude hacerlo. No sé muy bien qué pasó. Tal vez el trabajo sometido a una remuneración y horarios escalvizantes sean la respuesta. O tal vez la falta de estado físico. Todo producto de algo...esquizofrénicamente adaptado al día a día. A la rutina diaria, en otras palabras.
De todos modos nada salió espontáneo el día de ayer, ni el de hoy. Fue todo perfectamente esquematizado por seres externos, reales.
No me queda otra para poder comer que trabajar. Y para escribir todos sabemos que tenemos que estar bien alimentados y bebidos, como mínimo.
Quizás es mejor ver todo en blanco y negro, al menos en algunos momentos.
30/11/10
14/11/10
Otro día cualquiera y en cualquier lugar.
Me levanté alrededor de las 14 hs y lo primero que hice fue prender un pucho y tomar un poco de cerveza tibia, y comer una porción de pizza que dejé a la noche o a la madrugada, esa parte no la recuerdo muy bien. Luego, arranqué el auto y me fui. Tomé por la ruta nacional 22 y paré a cargar ultradiesel, compré más cigarrillos, tomé la ruta de nuevo.
Decidí trabajar durante todo el día, armar armarios, dar vuelta la tierra en el patio del fondo, pero no a la derecha, lavar un auto que no es mío, montar camas y así durante toda la tarde. La música estropeaba el cansancio que iba obteniendo como retribución a mi iniciativa un tanto estúpida. Iba a preparar unos mates, pero tenía sed. Compré una cerveza y seguí con la pala y el rastrillo. El sol ya se había ocultado y el clima estaba ideal para seguir con la cerveza.
Definitivamente me cansé, arranqué el auto y fui en busca de una cerveza más, me arrebaté una Coca Cola pensando en un poco de fernet que quedaba en el departamento. No es mi bebida favorita. De todos modos tengo un buen vino que robamos con una chica en una cena cualquiera y en cualquier lugar. Eso si lo recuerdo pero no viene al caso.
Volví al departamento pensando en que tenía ganas de escribir, esto es un precalentamiento, ya puse a sonar a nuestro amigo Bird o más conocido como Charlie Parker y desconocidamente como Charles Christopher Parker Jr. También me preparé un fernet y metí la cerveza al freezer, pero estoy mirando ese vino.
Ahora me voy a poner a escribir como se debe o como debería. No creo que suene el teléfono esta noche.5/11/10
Asambleas presenciales. La cara que sí querías leer.
Sobre la educación pública actual y otras verduras.
La precarización laboral es tan dispersa, compleja y contundente que te lima la bocha o lo que carajo entendamos por te lima la bocha. Resulta que entre todos los trabajadores carroñeros, es decir, aquellos que estamos en condiciones laborales no estables y en cierto modo precarias, existe un reducto de buitres, chimangos y otro tipo de extrañezas rastreras en pos de buscar el alimento diario dentro del ámbito educativo y también en otros tantos sectores laborales. No vayan a levantar el grito las y los rastreros titulares o interinos (fucking inestables). Ni tampoco sindicalistas rompe huelgas, oficialistas, ni educadores freireanos de medio pelo. Ni siquiera alcen la voz los que no saben de qué estoy hablando. Mejor dicho alcen la voz los que no saben de qué estoy hablando porque esto va para ustedes, infieles lectores. Si alguien se inscribió en el Consejo Provincial de Educación de la Provincia (CPE) de Neuquén, luego de haber realizado ese paso un tanto burocrático, seguramente alguna vez en su vida habrá ido a una asamblea presencial para “agarrar” (como para que no se nos escape) algunas horas cátedras o algún cargo; también están los que han ido para ostentar un exuberante puntaje y dejar atrás las ilusiones de los que la vamos de “yo me la banco pero mi puntaje no”; o simplemente fueron a ver qué onda. Me estoy refiriendo específicamente al caso de Rama Media, es decir, nivel secundario de la educación pública. Aunque demos por sentado que en los otros niveles educativos debe suceder prácticamente lo mismo.
En fin, existe una escala jerárquicamente precisa: titulares, docentes, habilitantes, supletorios e idóneos. En ese orden podemos elegir las horas o cargos los que vamos a las asambleas. ¡Idóneos! ¡Ja! Hermosa palabra bastardeada y convertida en el último orejón del tarro, como diría tu abuela. Dentro de ese contexto suele existir cierta tensión, presión referida más que nada a los centésimos de puntos por los que nos pueden ganar (o no) un asqueroso (cariñosamente hablando) puesto laboral, una sensación de incertidumbre para los más nuevos y casi nada de confianza para los que somos un tanto más jóvenes, sin incluir a aquellos (que son dos o tres) de un listado de una materia que sale cada medio siglo. La subasta propiamente dicha es así, tiene la adrenalina de decir…de decir: “si! te gané! la concha de la lora!”. Como si la persona que nos tiene al lado hubiera sacado el quini 6 o algo por el estilo. Y eso es lo que nos falta: estilo. Pero eso es otro tema. Las reglas del juego son esas, a ellas que nos someten y nos sometemos aceptándolas. Si tenemos que comer, pagar el alquiler, vestirnos y esas cosas que nos pinta hacer a los que intentamos trabajar por dentro o fuera de este podrido sistema, como que no nos queda otra que vivir esos momentos exaltantes.
Mientras se nos escapa el tiempo y la vida habituando estos lugares, nos hacemos conocidos, vamos “conociendo caras”, intercambiando palabras con los asiduos paisanos de estos eventos. Y a veces escuchamos declaraciones como “pobre, a esa mujer es la cuarta vez que le gano las horas”. Entretanto, la vida sigue, por ahí, cerca de las calles, por los márgenes de nuestros ideales. Pateándola, revolviendo el tacho de basura tal vez, esperando las sobras que quedan cuando la mayoría de las personas se van a dormir. Tratando de movernos un poquito para darnos cuenta de la cadena que nos ata.
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